LOS MEJORES DÍAS DE MI VIDA CON MI NANA IRMA … Raul Iturra
para la familia….y nuestra madre que no se perdía función…
Teníamos pocos años, comparados a los días de hoy. Antes de entretener a la población de Laguna Verde, Irma o Mi Irmita como la llamaba yo, había sido mi Nana. Tomaba cuenta de mí, me cuidaba como un ángel cuida a un niño.
Niño que sabía correr pero se caía siempre en los caminos con pequeñas piedras o emperdigados del jardín de nuestra madre en Laguna Verde. Un jardín que ella no cuidaba, estaban los hermanos Galas y un asistente a jardinero, a cuidar de los árboles con duraznos de Zaragoza, el árbol blanco en el invierno, que secaba sus flores en el otoño por ser por ser un almendrero, justo en frente de una de las ventanas de la cocina. Había los pensamientos o amores perfectos, como se llaman en Portugal, las rosas rojas y las amarillas, especialmente la creada rosa de la paz, un injerto de rosa amarilla con rosa roja, creadas al final de la segunda guerra mundial del siglo pasado. La llamaba mi Irmita, porque me ofrecía flores, como narro en otro texto sobre ella que yo comía por instinto de niño de dos años, ella con siete.
Me parecía un gigante, como debo parecer a mis nietos pequeños por medir un metro y setenta y cinco y ellos, excepto Tomas en Holanda, hijo de nuestra hija Paula y Cristan van Emden, en Utrecht, su hermana Maira Rose con apenas un metro y treinta centímetros, debemos también ser gigantes para ellos, como los Ilsley en Cambridge, May Malen y Javier, hijos de Camila y Felix, a quién llamo mi Weñe, siendo los dos con nombre mapudungun de los Mapuche de Chile, siendo Malen muchacha bonita y Weñe, lindo rapaz, en castellano chileno. Mi Irmita era una Malen y yo, su Weñe.
Era muy joven para trabajar, pero la abuela Rosalba Mella, la Rosalba para nosotros, necesitaba dinero para cuidar a sus huérfanos nietos de un año Jorge y Mi Irmita, con dos, cuando sus padres murieran en un accidente de automóvil. Irma ganaba pocos pesos, pero era su Weñe y no me largaba. Y yo, a ella. Estudiaba mucho en las noches, durante el día me cuidaba. No era por los pesos o chauchas, era porque teníamos un amor fraterno sin igual. Cuando a mis 18 años se me ocurrió hacer teatro-yo estaba siempre a inventar cosas y ella a acompañarme-, comenzamos con la pieza en un acto de los Hermanos Quinteros, Mañana de sol, del comienzo el Siglo XX, representada por nosotros en 1960 en Laguna Verde y en teatros de Valparaíso. Faltábamos a clases, pero nos era importante teatralizar y entretener al pueblo, del cual nos sentíamos y éramos parte. La primera obra que hicimos, nombrada antes, tuvo un grande éxito y nos convidaban a los dos a todos los sitios para actuar. Teníamos que maquillarnos de viejos: dos antiguos enamorados en sus quince años, no se casan entre ellos pero con otros. Los años pasan, quedan viudos y viejos y jubilados con mucho dinero. Se encuentran en un parque, fingen no reconocerse y se cuentan historia de éxito en la vida, lo que parecía evidente porque cada uno tenía empleados que los acompañaban. El escenario era como a Mi Irmita y a mí nos gustaba: simple y vacio: un banco de madera en una plaza sin árboles, parta tomar el sol. Si mi Irmita era linda, maquillada de vieja quedaba mucho mejor, como se ve en las fotos que he colocado en este ensayo. Su cuidadora era la niña Mirta Araya, que ya debe ser abuela, y el mío, mi eterno compañero Juanito González, chofer del Ingeniero mi padre. Duró una semana la representación en Laguna Verde y varios meses en Valparaíso. La ciudad cercana a Laguna Verde, en donde estudiábamos en los colegios privados, María Auxiliadora, de las monjas salesianas ella, y yo, a una cuadra, en los Dominicos. En los recreos nos escapábamos con cualquier pretexto para encontrarnos por dos minutos, hablar todo el tiempo y contarnos buenas noticias-que eran cada día mejor. Éramos alumnos brillantes, ella más que yo. Me enseñó a escribir en prosa y en verso y me explicó la malditas matemáticas, en las que yo siempre fallaba. Ella no fallaba en nada. Al fin del año escolar, ganábamos premios en medallas de plata e diplomas, por ser los mejores estudiantes del curso. Estudiaba yo el 3º y 4º años del secundario, ella el pre universitario. Ganó un premio especial por haber sido la mejor estudiante que nunca había existido en María Auxiliadora: Medalla, Diploma y Dinero, que buena falta le hacía para juntar las chauchas y entrar en la Universidad de Chile para estudiar literatura, poesía y formas diversas de escribir, que ella me enseñaba a mí. Éramos casi dos enamorados, con ese amor fraterno que es una realidad material. Pero no nos casamos.
A ella la llevó a Tito Rojas y a mí, a Gloria González. Sus clases terminaban antes, pero ella esperaba por mí para irnos juntos o en el auto de mi padre, con Juanito a conducir, o en lo que allí llaman micros, conducida por Armando Rojas, que quedaba sordo con nuestro parloteo. Cuando había carnaval en Laguna Verde, me disfrazaba con la mejor ropa que el papá me compraba para la ocasión para que mi Raulito exhiba su belleza, decía ella. Nunca se disfrazaba, usaba siempre el uniforme del colegio, vestida con un delantal ofrecido por mi madre. Estaba siempre limpia y olía a colonia, regalo de mi padre. Cuando tuve sarampión, ella estaba todo el día conmigo para no rascarme la cara y quedar con cicatrices. Me leía historias, éramos vecinos de casa, ella entraba en la nuestra cuando quería, como más una hija bien acogida.
Nos fuimos a Santiago para acabar los estudios, después me enamoré, casé, fui papá, nos fuimos mi mujer e hija de 9 meses a Gran Bretaña, hasta el día de hoy. Ella había sido madre antes que yo, de Francisca a quién conocí como un bebé regalón en el vientre de su madre. Como a Paula, la segunda, sino me equivoco. La vida nos separó, después de 20 años de andar siempre juntos, ella se fue al Norte a tomar el cargo de profesora de literatura, yo, a las islas inglesas, a la que regresamos cuando nuestro Presidente de la República fue asesinado. Teníamos ideologías diferentes: ella, de la democracia cristiana, yo, socialista y materialista histórico. 30 años después, fui descubierto por José Antonio en la Internet, y no paramos de hablar otra vez y de escribirnos. Tengo un fichero especial en que guardo tus cartas, escritas todas en letras mayúsculas, veía mal tenía diabetes, me explicaba al teléfono. Se fue a vivir con su Weñe José Antonio Rojas Ramírez a Puerto Aysén, con Tito su marido todos los últimos años de su vida. La convidé a Europa, pero no podía viajar, el médico no lo permitía.
Sé que, en cuanto escribo, hablo contigo y te acuso, te acuso profundamente: me dejaste solo y abandonado, como mi mujer e hijas. He vuelto a ser el niño solitario que conociste que, para consolarse, escribe. Tengo 69 libros publicados y una cantidad de ensayos en revistas, diarios, un cuaderno en que escribo todos los días, que sobrepasan los mil, para anotar la vida y nunca olvidarme de lo feliz que fui, hasta venir a Portugal. Hay libros míos que ni consigo leer, porque están en chino, vietnamés o en Hindi de la India. Todos publicados en Europa, en el Oriente, en América Latina, excepto… Chile. Sé lo que dicen, soy el autor que compite con ellos, escribo mucho después de investigar y ellos pierden. Soy un autor peligroso para su fama: claro, ellos no escriben… y paso a ser una competencia peligrosa.
Neruda decía, sin compararme con él, aún cuando era mi amigo: es el pago de Chile. Él y Gabriela Mistral fueron publicados en México primero y cuando Gabriela Mistral, también mi amiga, fue a Chile 10 años después de ganar el Nobel de Literatura en 1945, Ibáñez del Campo era Presidente de Chile y mandó a imprimir sus libros a correr: Gabriela no era conocida en Chile ni ella lo conocía y en mis 14 años, me mandaron a pasearla por Valparaíso. Cuando paseábamos, ella vaticinó que yo sería escritor, a mi manera.
Desde que fui abandonado por mi pequeña familia en Cambridge, sin saber el motivo, no entiendo el por qué, he tenido muchas enamoradas. Enfermo como estoy de cánceres sucesivos, todos operados pero que vuelven por otros sitios, no siendo un hombre de fe ni teísta, no puedo dejar de pedir a cualquier divinidad que me deje el sitio en una nube, sentarme contigo para poner la conversa al día…
Me traicionaste y no te lo perdono. Está Tito, lo sé y lo conozco, pero sería una nube como la que separaba nuestras casas en Laguna Verde: dos metros de distancia entre los jardines, que yo saltaba por los peldaños de una pequeña escalera y ya estaba allí, en tu casa.
Tus hijos te lloran. ¿Cómo los puedo consolar? ¿Con cartas como ésta, que es solo para la familia?
Mañana de Sol, pieza de la que mi madre siempre se acordaba hasta en sus noventa años, ha sido una hierba dañina que se cumplió. Doña Laura, tú, y don Gonzalo, yo, , los roles que interpretábamos, no se pudieron engañar. Tú te aprendías también mi parte del texto para soplarme en caso de descalabro. El descalabro sucedió el 20 de febrero de este año, ¡una violeta que marchó!
Con mi cariño irreparable
Raúl
lautaro@netcabo.pt
Parede, Portugal, 29 de Febrero de 2012.
Revisto y reescrito a 17 de enero de 2015.
Voy a publicar el texto en uno de mis blogs... ¿Por qué no? Es la realidad pura y dura. Escaneé el texto a las 6 de la mañana, hora en que comienzo a escribir. Un beso para ti y tu porotada. ¡Confiesa que la foto que abre el texto es la mejor de tu vida!
Enviado a mi nieta May Malen Ilsley, dos días antes de su aniversario que es el 5 de enero, pero se lo festejan hoy por ser el día en que toda la familia se ha juntado para las fiestas navideñas en Cambridge, excepto el papá fundador, por causa de enfermedad.
Dear May, this is for you. One day, you will be able to read it. Now, I send you only the photos with some text written in Chilean Castilian...
Grandpa Pio- Pio
Parede, viernes 17 de Enero de 2015.
lautaro@netcabo.pt